Estimad@s colegas,
Buen día.
Tengo el honor de compartir con Uds., las palabras que el colega y amigo Dr. Alexander CRUZ MARTÍNEZ nos comparte sobre los sucesos recientemente dados y comentados en posteos precedentes.
Así somos: un poco desquiciados
El pasado domingo 2 de octubre, muchos colombianos como yo, amanecimos felices porque ese sería el día en que cambiaría el destino de Colombia. Pondríamos fin en las urnas, vía plebiscito, a más de cincuenta años de dolor y guerra que nos dejaron un escalofriante saldo de 8.000.000 de víctimas, 6.000.000 de desplazados, 162.000 desaparecidos, 11.000 víctimas de minas antipersonas y 31.000 secuestrados.
Después de más de cuatro años de negociaciones entre el equipo del gobierno y los representantes de las Farc en La Habana, se había llegado a un acuerdo, que si bien no era perfecto, era el mejor que se pudo haber logrado, según palabras de Juan Carlos Henao, asesor para las negociaciones, exmagistrado de la Corte Constitucional y rector de la Universidad Externado de Colombia.
Días antes, el pasado 26 de septiembre, en un acto simbólico se había firmado en Cartagena de Indias el acuerdo de paz el cual estaba sujeto jurídicamente a la refrendación popular, lo cual nunca ocurrió. Pero ¿por qué ganó el “no” si la paz es el bien que más anhela un pueblo? La respuesta es compleja. Fueron muchos factores: un gobierno que no supo transmitir y que cometió errores estratégicos; un personaje como Uribe que pudo canalizar y manipular a los electores desprevenidos y obnubilados por su presencia casi divina; un pueblo abstemio, ignorante y desinteresado –del cual hago parte-; entre otros muchos.
No habíamos negociado con las hermanitas de la caridad, sino con delincuentes y narcotraficantes. Por eso, lo logrado fue en términos económicos “pareto superior”. Yo leí los acuerdos y es verdad que decir sí era respaldar la participación política de las FARC, era pedirles que buscaran el perdón de las víctimas, era que dijeran la verdad, era que se sometieran a la justicia –no a la tradicional- sino a la que toca en estos casos –pero justicia al fin de cuentas-, era renunciar a mucho para obtener muchísimo. El no significa en estos momentos la posibilidad de que siga la violencia y de que nuestras futuras generaciones sigan en guerra. Quienes votaron irresponsablemente el no, muy seguramente no van a enviar a sus hijos al monte a combatir a las guerrillas. Tampoco los del sí. El Municipio de Bojayá en el departamento del Chocó es un ejemplo de perdón. El 2 de mayo de 2002, un centenar de personas murieron al interior de la iglesia del pueblo como consecuencia de la explosión de un "cilindro bomba" o "pipeta" en un enfrentamiento armado entre las FARC y grupos paramilitares. Allí el sí por la paz triunfó con un 96%. Un caso digno de admirar.
El problema es que el centro y las grandes ciudades terminaron decidiendo por la periferia. Dijeron “no” en este asunto que si bien nos ha golpeado a todos, los sectores rurales ha sido quienes realmente han vivido en carne propia lo absurdo de la guerra. Yo viví muchos años en el campo y fui testigo de esa violencia. A otros les tocó peor.
Creo que esta semana habrá un partido de fútbol. No tengo certeza, ni sé quién juega porque soy apático a esos eventos deportivos en los cuales se exalta un seudonacionalismo. Pero lo que sí sé es que para esa fecha ya nos habremos olvidado del error histórico y no nos importarán las víctimas. Así somos los colombianos: un poco desquiciados.
Alexander Cruz Martínez (in)
Estudiante de primer año de doctorado, Universidad Externado de Colombia
La mirada del autor parte de lo esencial, desde lo sentimental y vívido a lo doctrinario y más académico.
Le agradecemos la apertura a este diálogo a distancia.
Un abrazo cordial,
Damián R. Pizarro
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